jueves, 3 de febrero de 2011

EN CADA CORAZÓN ARDE UNA LLAMA

En cada corazón arde una llama,
si aún vive la ilusión y amor impera,
pero en mi corazón desdeque te ama
sin que viva ilusión, arde una hoguera.

Oye esta confesión; te amo con miedo,
con el miedo del alma a tu hermosura,
y te traigo a mis sueños y no puedo
llevarte más allá de mi amargura.

¿Sabes lo que es vivir como yo vivo?
¿Sabes lo que es llorar sin fe ni calma?
¿Mientras se muere el corazón cautivo
y en la cruz del dolor expira el alma?

Eres al corazón lo que a las ruinas
son los rayos del sol esplendoroso,
donde el reptil se arropa en las esquinas
y se avergüenza el sol del ser hermoso.

Nunca podrás amarme aunque yo quiera,
porque lo exige así mi suerte impía,
y si esa misma suerte nos uniera
tú fueras desgraciada por ser mía.

Deja que te contemple y que te adore,
y que escuche tu voz y que te admire,
aunque al decirte adiós, con risas llore,
y al volvernos a ver llore y suspire.

Yo no quiero enlazar a mi destino
tu dulce juventud de horas tranquilas,
ni he de dar otro sol a mi camino
que los soles que guardan tus pupilas.

Enternézcame siempre tu belleza
aunque no me des nunca tus amores,
y no adornes con flores tu cabeza
pues me encelan los besos de las flores.

Siempre rubios, finísimos y bellos,
madejas de oro, en céltica guirnalda,
caigan flotando libres tus cabellos,
como un manto de reina por tu espalda.

Es cielo azul el que mi amor desea,
la flor que más me encanta es siempre hermosa,
que en tu talle gentil yo siempre vea
tu veste tropical de azul y rosa.

Mírame con tus ojos adormidos,
sonriéndote graciosa y dulcemente,
y avergüenza y maldice a mis sentidos
mostrándome el rubor sobre tu frente.

¿Yo nunca seré tuyo? ¡ay! ese día,
oscureciera al sol duelo profundo;
mas para ser feliz sobre este mundo
bástame amarte sin llamarte mía.

Juan de Dios Peza

FUSILES Y MUÑECAS

Juan y Margot, dos ángeles hermanos
que embellecen mi hogar con sus cariños,
se entretienen con juegos tan humanos
que parecen personas desde niños.

Mientras Juan, de tres años, es soldado
y monta en una caña endeble y hueca,
besa Margot con labios de granado
los labios de cartón de su muñeca.

Lucen los dos sus inocentes galas,
y alegres sueñan en tan dulces lazos,
él, que cruza sereno entre las balas;
ella, que arrulla un niño entre sus brazos.

Puesto al hombro el fusil de hoja de lata,
el quepis de papel sobre la frente,
alienta el niño en su inocencia grata
el orgullo viril de ser valiente.

Quizá piensa, en sus juegos infantiles
que en este mundo su afán recrea,
son como el suyo todos los fusiles
con que torpe la humanidad pelea.

Que pesan poco, que sin odios lucen,
que es igual el más débil al más fuerte,
y que, si se disparan, no producen
humo, fuego, consternación y muerte.

¡Oh, misteriosa condición humana!
Siempre lo opuesto buscas en la tierra;
ya delira Margot por ser anciana,
y Juan, que vive en paz, ama la guerra.

Mirándoles pasar me aflijo y callo:
¿Cuál será sobre el mundo su fortuna?
Sueña el niño con armas y caballo,
la niña con velar junto a la cuna.

El uno corre de entusiasmo ciego,
la niña arrulla a su muñeca inerme,
y mientras grita el uno: fuego, fuego,
la otra murmura triste: duerme, duerme.

A mi lado y ante juegos tan extraños,
Concha, la primogénita, me mira:
¡Es toda una persona de seis años
que charla, que comenta y que suspira!

¿Por qué inclina su lánguida cabeza
mientras deshoja inquieta algunas flores?
¿Será la que ha heredado mi tristeza?
¿Será la que comprende mis dolores?

Cuando me rindo del dolor al peso,
cuando la negra duda me avasalla,
se me cuelga al cuello, me da un beso,
se le saltan las lágrimas y calla.

Sueltas sus trenzas claras y sedosas,
y oprimiendo mi mano entre sus manos,
parece que medita muchas cosas
al mirar cómo juegan sus hermanos.

Margot, que canta en madre transformada,
y arrulla un niño que jamás se queja,
ni tiene que llorar desconsolada,
ni el niño crece, ni se vuelve vieja.

Y este guerrero audaz de tres abriles,
que ya se finge apuesto caballero,
no logra en sus campañas infantiles,
manchar con sangre y lágrimas su acero.

¡Inocencia! ¡Niñez! ¡Dichosos nombres!
Amo tus goces, gozo tus cariños;
¡Cómo han de ser los sueños de los hombres,
más dulces que los sueños de los niños!

¡Oh, mis hijos! No quiera la fortuna
turbar jamás vuestra inocente calma.
No dejéis esa espada ni esa cuna,
¡Cuándo son de verdad, matan el alma!

Juan de Dios Peza

LA GUAJA

Ven acá granuja
¿Dónde andas so guaja?
Hoy te mondo los huesos a palos,
no llores ni huyas por que no te escapas,
yo no sé lo que hacer ya contigo me tienes muy harta,
a ti ya no te valen palabras, a ti ya no te valen razones,
ni riñas, ni encierros, ni golpes, ni nada.
Te dije al marcharme:
levántate pronto y estira esos huesos
y dobla las mantas y enciende la lumbre
y arrima el puchero y enjuaga las ollas
y barra la casa.

Y vengo y me encuentro grandísimo pillo,
la lumbre sin brazas,
la puchera sin caldo ni prigue,
la vivienda peor que una cuadra,
la burra sin pienso,
las pilas sin agua.

¿Segaste la hierva?
¿Trajiste la paja?
¿Regaste los tiestos?
¿Cerniste la harina?
¿Clavaste la estaca?
¿Comió la cordera?
¿Bebió la lechona?
¿Cogiste los huevos?
¿Mudaste la cabra?

¡Hum!
¿Y a ti qué te importa?
¿para qué quieres cansarte?
Si aquí está la burra que todo te lo haga.

Te piensas granuja
que al estar tu madre hechita una negra
quemándose el alma,
mientras tu me malgastas el tiempo que da más que lástima,
hecho un ropa suelta...
hecho un rajamantas...
por esas callejas detrás de los perros,
por esos regatos tirando a las ranas,
o cogiendo nidos en las zarzamoras,
que así estás de lindo grandísimo guaja.

¿Y ese siete tan guapo en la blusa?
¿Y esos pantalones tan llenos de manchas?
¡Hum!
¡Qué gorra más limpia!
¡qué medias tan majas!
¡qué pelos tan lindos!
qué cuello, qué puños, qué codos, ¡qué mangas!
Yo no sé lo que hacer ya contigo, me tienes muy harta.

De sobra conoces que somos solitos...
que ya no tenemos quien nos lo ganaba...
que la vida de toditos los pobres es vida de lágrimas...
¡pero ni por esas!
a ti que te dejen roncando en la cama
y te pongan la mesa tres veces
y rueden los días y viva la holganza
¡súbete esos calzones so pillo!
¡átate esos zapatos so randa!
límpiate esos mocos, lávate esa cara
y vete ahora mismo donde no te vea
que me tienes, me tienes muy harta.

Te aseguro chiquitín,
te aseguro que esto te se acaba.
Endende mañana ¡a la cola del burro!
Conmigo a la plaza, conmigo al molino,
conmigo a la haza,
a sudar fatigas, a mojarte el alma,
ya verás las penitas que cuesta...
ya verás con que ahogo se gana este pan que tan cómodamente a lo bobo,
¡a lo bobo te zampas!
y ahora ¡a la cama!, ¡a la cama!

La aurora se acerca espléndida, diáfana,
lentamente despliegan las nubes su manto de escarcha,
la madre afanosa se tira del lecho
y sus toscos aperos prepara,
que ya espera más ruda que nunca la brega diaria,
cariñosa y tierna se acerca hasta el lecho donde el niño cándido,
tranquilo descansa,
un instante contempla amorosa su faz sonrosada
y después...
con cariño ferviente dando un beso en sus labios exclama:
¿Yo turbar este sueño tan dulce?
no fuera quien soy ni tubiera entrañas...
juega, brinca y destroza hijo mío...
¡tu madre lo gana!

Vicente Neira